¿Por qué un libro sobre victorias de movimientos en América Latina?
Rescates del FMI condicionados a recortes sociales, despidos y privatizaciones, toda una batería de medidas ultraortodoxas para reducir la prima de riesgo y conseguir financiación para países en ruina tras décadas de especulación desenfrenada… Instituciones y partidos políticos desacreditados por unos niveles inéditos de corrupción y por su complicidad en el empobrecimiento de millones y millones de personas…
¿Hablamos de Argentina, Bolivia o Ecuador? ¿O más bien de España, Grecia o Portugal? Más allá de las diferencias evidentes, las semejanzas son asombrosas. Acercarse a los procesos de implantación del neoliberalismo en América Latina y a las luchas que consiguieron resquebrajar su aplicación puede resultar más útil que nunca en los países europeos estrangulados por las exigencias del FMI y las instituciones financieras de la Unión Europea (UE). Las nefastas consecuencias que tuvo la aplicación de la versión más dura del neoliberalismo —la misma que los Gobiernos están aplicando en la UE— pueden servir de advertencia. Los procesos de apoyo mutuo, de solidaridad entre personas afectadas por estas políticas en América Latina pueden servir también para recordar la fuerza que tienen los «márgenes», tal como dice Raúl Zibechi en el prólogo de este libro, aquel 99%, para escribir la historia, para cambiar el curso de la historia.
En el caso de América Latina, millones de campesinos, indígenas, desempleados, trabajadores precarios y personas procedentes de sectores marginales, organizados en movimientos sociales de base, consiguieron frenar privatizaciones, expulsar multinacionales, propiciar o tumbar leyes y crear alternativas económicas para cientos de miles de personas. También fueron claves en la destitución de dos presidentes neoliberales en Bolivia, tres en Ecuador y cuatro en Argentina.
Ésta es la historia que cuenta este libro, una crónica basada en los testimonios de más de doscientos activistas, entrevistados durante un viaje de quince meses, 10.000 kilómetros hacia el norte por la carretera Panamericana, desde Argentina a México.
Ésta es la historia que cuenta este libro, una crónica basada en los testimonios de más de doscientos activistas, entrevistados durante un viaje de quince meses, 10.000 kilómetros hacia el norte por la carretera Panamericana, desde Argentina a México. No es un ensayo, ni un libro de Historia. Tampoco pretende ser objetivo ni exhaustivo: no están reflejados todos los países ni mucho menos todos los movimientos, ni todos los puntos de vista. Es un libro que recoge relatos de personas corrientes que, en contextos de adversidad o niveles paralizantes de violencia, se coordinaron para mejorar sus condiciones de vida, para exigir justicia o para detener el saqueo de los bienes comunes, ya sean tierras, recursos naturales, empresas estatales o elementos tan básicos para la vida como el agua. Todas las historias tienen algo en común: de alguna manera, lo lograron.
El libro se compone de nueve capítulos, uno por cada país atravesado en la ruta hacia el norte: Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México. Las fábricas recuperadas, los cocaleros bolivianos, los forajidos ecuatorianos, las comunidades negras del Pacífico colombiano, los movimientos de mujeres en Nicaragua, los barrios empobrecidos que frenaron la privatización de los servicios públicos o las decenas de pueblos que vencieron a multinacionales mineras y petroleras son algunos de los protagonistas de este libro.
Son historias que van moldeando la frontera de lo posible: lo que antes parecía imposible ahora ya no lo parece tanto. Una experiencia contagia a la otra.
Son historias que van moldeando la frontera de lo posible: lo que antes parecía imposible ahora ya no lo parece tanto. Una experiencia contagia a la otra. «Si en Atenco frenaron un aeropuerto, ¿por qué aquí no vamos a impedir la represa de La Parota?», decían las comunidades campesinas de Acapulco. «Si las Madres de Plaza de Mayo pudieron, ¿por qué no nosotras?», fue lo que pensaron tantos colectivos que hicieron frente a las dictaduras o la violencia extrema que acompaña los procesos de saqueo. Mujeres que plantaron cara al genocidio y, al hacerlo, comenzaron a desmontar la espiral de impunidad que se reproduce hasta el presente. Un trabajo, también, por la recuperación de la memoria que no se puede separar del ciclo de luchas contra el neoliberalismo. La escritora Naomi Klein lo decía de esta forma: «Hasta que no se rompió la amnesia, Argentina no volvió a ser un país capaz de resistir de nuevo».
En el centro de esa resistencia, en países como Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala o México, se posicionaron los pueblos indígenas, «pueblos enteros prescindibles en el esquema neoliberal», según el analista mexicano Gustavo Esteva, pero que «por estar sentados sobre los recursos naturales», se convirtieron en uno de los sectores más afectados. También fueron, junto con la población sin trabajo, sin tierra, sin servicios básicos, los primeros en enfrentarse al modelo económico y político neoliberal.
La práctica de democracia horizontal y participativa de tantas comunidades indígenas, así como su particular relación con los bienes naturales han aportado, además, elementos para renovar el discurso y potenciar alternativas, no sólo en América Latina, sino en países de todo el mundo. Cuando el modelo neoliberal arruinó también a la clase media, el estallido fue inevitable.
Si antes parecía que una formación política sólo podía llegar al poder —y conservarlo— si aceptaba como religión las recetas ultraortodoxas del FMI, después del estallido en la mayoría de los países de América Latina los partidos políticos sólo podían llegar al poder —y conservarlo— si asumían buena parte de las demandas sociales de estos movimientos, muchas en el discurso y algunas en la práctica.
Una ola de nuevos gobiernos, llamados «progresistas» o adscritos al «socialismo del siglo XXI», reemplazaron en casi todos los países a la vieja cohorte de partidos tradicionales, ahogados por casos de corrupción, señalados por el electorado como los responsables de la ruina económica y el empobrecimiento de millones de personas.
El neoliberalismo basado en las privatizaciones y las desregulaciones, en los recortes y el pago de la deuda en detrimento de los gastos sociales, ya es parte del pasado
Más allá del debate sobre la naturaleza de estos nuevos gobiernos, parece haber un punto de acuerdo: en estos países, el neoliberalismo basado en las privatizaciones y las desregulaciones, en los recortes y el pago de la deuda en detrimento de los gastos sociales, ya es parte del pasado.
Pero estos avances tampoco significan una ruptura total con las políticas neoliberales. Frente a la renovada entrega del territorio y los recursos naturales a las viejas y nuevas potencias en busca de financiación para unas economías todavía dependientes, los movimientos sociales han vuelto a las calles, a bloquear carreteras, para enfrentarse, incluso, a gobiernos que afirman defender sus intereses.
Frente al pesimismo del «todo sigue igual» y el «nada cambia», las historias recogidas en este libro se empeñan en demostrar lo contrario: que los movimientos sociales han contribuido —y contribuyen— de forma determinante a transformar los consensos sociales que marcan el destino de países enteros, que «se puede».